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Pál Szekeres. Un deportista único.

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Es momento de Juegos Paralímpicos. Los otros ya pasaron. Y sí, deportivamente, deslumbraron. Pero son pretérito. El hoy es el de los atletas cuyo sacrificio, abnegación, espíritu de superación y amor perenne por el deporte no resisten comparación. 4.400 deportistas con alguna discapacidad física, visual o intelectual están ahí, en Tokio, compitiendo al más alto nivel y engrandeciendo el deporte.

Historias extraordinarias

La historia de los Juegos Paralímpicos es relativamente reciente. El origen se remonta a 1948, cuando el doctor Ludwig Guttmann organizó los llamados Juegos Internacionales de Sillas de Ruedas, una competición reservada a veteranos de guerra con lesiones de columna vertebral. El concepto evolucionó hasta que, en 1960, en Roma, tuvieron lugar los primeros Juegos Paralímpicos propiamente dichos, aunque no fuera hasta 1988 cuando se estableció el formato actual. Una trayectoria breve, pero no exenta de historias extraordinarias. Como las de Assunta Legnante, Natalie du Tout, Oscar Pistorius o Marla Runyan, que participaron en citas olímpicas y paralímpicas. Igual que el húngaro Pál Szekeres (Budapest, 1964), un esgrimista especialista en las modalidades de florete y sable, que compitió en los Juegos Olímpicos (Moscú 80 y Seúl 88) y en los Juegos Paralímpicos (Barcelona 92, Atlanta 96, Sídney 2000, Atenas 2004, Pekín 2008 y Londres 2012), siendo el único deportista de la historia en subir al podio en ambas competiciones.

 

El infortunio

En 1991, Szekeres regresaba a casa con su equipo después de una competición en Alemania, cuando el vehículo en el que viajaban volcó. En el accidente se rompió la espalda y perdió la movilidad en ambas piernas. Adiós, Barcelona, 92; adiós, vida. Ya nada volvería a ser lo mismo, ya no volvería a soñar con ser el D’Artagnan de Alejandro Dumas o el Ivanhoe de Walter Scott. Una silla de ruedas lo acompañaría el resto de sus días. Los meses posteriores al accidente fueron difíciles. Él mismo lo recordaba años más tarde en una entrevista al Comité Paralímpico de Hungría: «No es nada fácil aceptar que uno se ve obligado a cambiar contra su voluntad. A los 27 años estaba acostado en la cama del hospital con la columna rota, dándome cuenta de que este era el otro extremo de la vida. Era como cuando un bebé está aprendiendo a caminar, solo que en silla de ruedas. Vestirme solo, levantarme de la cama, comer solo… mis actividades diarias habituales fueron diferentes».

El reto y el triunfo

El destino le había sido esquivo, pero decidió que el mundo no se acababa, y que la silla de ruedas sería su mejor aliada. El recuerdo de una infancia jugando a soldados e indios con espadas de palo y listones de plástico siempre lo había acompañado. Y no quería olvidarlo. Aun no había llegado el momento del retiro, aun le quedaban muchas cosas por hacer. La esgrima era su vida y no pensaba renunciar a lo que más amaba. Pasó por largos meses de rehabilitación. Física y mental. Y compitió en Barcelona 92 con su silla de ruedas. Y obtuvo la medalla de oro en florete, en la modalidad individual. Y luego llegarían tres oros y tres bronces más antes de su retirada después de Londres 2012, a los 48 años.