Tour de Francia 2021. 108ª edición. Del 26 de junio al 18 de julio. 21 etapas, 3.383 km. 23 equipos. Inicio en Brest y final en París. Y en medio, el Col du Tourmalet, el puerto de montaña más célebre del ciclismo internacional.
Desde su vertiente de Luz-Saint Sauveur, son 19 kilómetros al 7,4% de pendiente media y desde la de Sainte-Marie de Campan, 17,1 kilómetros al 7,3%. Sus rampas más duras llegan el 12%. No es la montaña más alta, ni la más larga, ni la de mayores pendientes. Los porcentajes máximos del 17% del Mortirolo o los inhumanos 23% del Zolocán o el Angliru, lo pueden dejar en evidencia. Pero el Tourmalet va más allá de las cifras. Todo aficionado al ciclismo sabe de él. Y muchos de los que no lo son, también. Hablar de Tourmalet es hablar de esfuerzo, de gestas, de épica, de heroicidades. Allí se han escrito algunas de las más bellas historias del deporte de todos los tiempos.
El Tourmalet de Merckx
En 1969, el joven Eddy Merckx disputaba su primer Tour de Francia, después de una primavera para enmarcar en la que venció en París-Niza, Milán-San Remo, Lieja-Bastogne-Lieja y Tour de Flandes. Y tenía el Giro de Italia firmemente controlado antes de su descalificación. Pero la Grande Boucle era otra cosa. Reservada solo a los más grandes. Y el belga aun no lo era. Las dudas estaban ahí. «El chico no llegará a París», «Aun no es su momento», «En los Pirineos sabrá lo que es de verdad el Tour». Pero Merckx, ambicioso como nadie, quiso acallar bocas desde el primer momento, marcando un ritmo devastador para el pelotón. Cada día. En el llano, en las cuestas y en las bajadas. Llegó a los Pirineos con más de 8 minutos de ventaja sobre el segundo clasificado, después de cuatro victorias de parciales en sus alforjas. Y aun no tenia suficiente. Nunca fue de hacer prisioneros. Todo lo quería para él. Y en la etapa reina entre Luchon y Mourenx, el 15 de julio, después de subir el Peyresourde y el Aspin, a punto de coronar el Tourmalet, se va. Nadie le sigue. Corona el Aubisque y llega a meta después de 140 kilómetros de pedaleo solitario por las más grandes cumbres del ciclismo. 8 minutos antes que Pingeon, Poulidor y Gimondi. El primer Tour de “El Caníbal” terminaría con el liderato en la general, además de llevarse seis etapas y las clasificaciones de la montaña y la regularidad. Ahora sí, ya era un grande.
El Tourmalet de Induráin
Otro día para el recuerdo sucedió en el Tour de 1993. Miguel Induráin dominaba con una cómoda renta de 4 minutos a sus inmediatos seguidores cuando solo quedaba una etapa de montaña. Y a diferencia del Merckx de 1969, él sí gozaba de todo el prestigio del mundo. Propietario del maillot amarillo en las dos ediciones anteriores, venía además de ganar su primer Giro. Era el amo y señor del pelotón. Pero ahí estaba Tony Rominger para intentar aguarle la fiesta el de Villaba. Subiendo el Tourmalet, demarró como un poseso, coronando la cima con 50 segundos de ventaja sobre el grupo de “Miguelón”. Cundió el temor. El suizo, habilidoso como pocos encima de la bicicleta, siempre fue un gran bajador. Y los 18 kilómetros de descenso del gran coloso podían abrir un hueco peligroso para la general. Las imágenes de Rominger bajando a tumba abierta daban miedo. Apurando los límites de la estrecha carretera, rozando guardarraíles y dibujando trazadas imposibles. Sabía que ahí estaba su oportunidad para hacer algo grande. Y entonces, al llegar al llano, en Luz Saint-Sauveur, fue cuando se produjo uno de esos momentos que marcan una vida: pegado a la rueda de Rominger aparece de repente un inmenso Miguel Induráin, que se había zampado en el descenso los 50 segundos de ventaja que le había endosado el suizo en la cima del Tourmalet. El tercer Tour del Navarro estaba visto para sentencia.