El fútbol consiste en marcar más goles que el equipo rival. Y para conseguir esta meta tan sencilla necesitamos tácticas, estadísticas, juegos, alineaciones, masajistas, dietas, fisioterapeutas, primas, camisetas, estrellas y fueras de juego.
Hay defensas que evitan jugadas, medios que las construyen, porteros que paran goles y delanteros que los cuelan. También hay delanteros que defienden, defensas que marcan, medios que se dedican a destruir el juego y porteros que chutan faltas. Hasta nos podemos encontrar delanteros que fallan todos los goles, medios que no aciertan ni un pase, defensas que se meten goles en propia meta y porteros que… porteros y ya está. ¿Complicado? ¡Si no hemos hecho más que empezar!
No basta con lo que pasa en el campo. Fuera, el fútbol sigue y la afición exige buenos resultados. Si ganan, hemos ganado. Si pierden, son unos pringados. Además, la culpa es toda, todita del entrenador. Y detrás vienen los preparadores físicos y dietistas, que mandan con mano de hierro hasta que los jugadores salen de fiesta y, si te he visto, no me acuerdo.
El papel de los psicólogos, que los hay del deporte, es más complicado. ¿Quién en su sano juicio se metería en el mundo del fútbol? Y los periodistas, que se las apañan hacernos entender de qué va esta realidad paralela, explicándonos todo con pelos y señales. Y que no salga el tema del entrenador, ¿eh? ¡Contentos nos tiene!
En cualquier caso allí estamos los aficionados con gorros, bufandas y caras pintadas, haciendo lo imposible por quedarnos afónicos mientras 22 personas (si es que no han expulsado a alguno), se pelean por una pelota. Y pasándonoslo pipa. Porque eso es el fútbol: un deporte emocionante, simple, complicado y pegadizo no hay otro.