Este pasado sábado se disputó el partido entre el Elche y el Granada en Los Cármenes. Un partido en que se luchaba por el ascenso a primera y, sin embargo, el marcador quedó en un empate. El resultado fue suficiente para que el Granada cumpliera su sueño, por el que venía luchando durante 35 años. Evidentemente, fue una gran alegría para los granadinos, ya que alrededor de unos 25.000 hinchas se reunieron en la Fuente de las Batallas de Granada para celebrar la noticia.
La nocturna celebración tan solo era un precedente de la fiesta que a lo largo del día siguiente se vería por las calles de la ciudad, ya que estas serían recorridas por los jugadores en un autobús descapotable. No es de extrañar esta euforia y felicidad tanto entre aficionados como entre futbolistas, porque como bien es sabido, el fútbol mueve pasiones.
Desgraciadamente, las pasiones que mueven no siempre son loables ni dignas de sentirse orgulloso. En ocasiones, el fútbol desata tristeza e ira entre los perdedores, tal y como se pudo ver este sábado en el campo del Elche. Los jugadores del Granada ni siquiera pudieron celebrar el ascenso en el campo, puesto que éste empezó a inundarse de aficionados locales que llegaron a dar un manotazo al portero Roberto y empujar a Ighalo, que estaba subido a los hombros de un compañero.
Por lo que se ve, los problemas no terminaron en el campo, sino que continuaron en el vestuario, donde José Bordalás, técnico del Elche, llamó indigno a Fabriciano González y Juan Carlos Ramírez, también cargó contra la profesión del entrenador del Granada.
Esta es la parte oscura que el fútbol tiene y que tristemente provoca que ante estas situaciones acabe destacando más lo antideportivo que la alegría de haber ganado algún partido, alguna competición o, como en este caso, un ascenso. Deberíamos procurar potenciar no esta cara, sino la cara más humana y deportiva del fútbol y del deporte en general.