Después de repasar la historia de la bicicleta, nos hemos quedado con el gusanillo de hablar de uno de los antepasados de nuestras bicicletas modernas.
Se trata del velocípedo, una bicicleta tan alta como un hombre que se empezó a popularizar a finales del s. XIX. Demasiado altas, distribuían mal el peso, así que sólo los más expertos podían montarlas.
Inventores de todo el mundo intentaron corregirlo de todas las formas que se les ocurrieron: agrandando la rueda trasera (1830), igualando ambas ruedas y añadiendo pedales a la rueda delantera (1860) y haciendo la rueda delantera desproporcionadamente grande (1870), lo que sólo lió aún más las cosas.
La idea inicial era evitar el cansancio provocado por tener que desplazar el peso de un pie a otro, pero cada bache y alteración del terreno obligaba al conductor a impulsar con los pies su peso y el de su vehículo. No fue hasta 1890 que se inventaron los neumáticos de bicicleta, dando un gran paso hacia su normalización.
Como curiosidad: el primer incidente de bicicleta del que se tiene noticia tuvo lugar en 1839. El conductor empujó sin querer a una niña pequeña y le multaron con 5 chelines (aprox. 28 céntimos).